Estaba tomando mi copa de siempre. La que se toma después de entrar en el local de siempre. El de todos los viernes después de salir de donde siempre. Por supuesto, la copa llevaba lo de siempre. Siempre ron, siempre con Coca-cola. No me gusta los sucedáneos de Coca-cola. Me gusta la Coca-cola de siempre, la de toda la vida. El camarero después de darme mi copa me dijo:
– ¿Puedes venir un momento? Necesito tu ayuda.
El camarero no era el de siempre, cosa que me empezó a disgustar, pero yo fui, porque siempre he sido un chico amable y tolerante con las ideas de los demás.
Me llevó a la trastienda, si es que se le puede llamar así al sitio donde se guardan todas las bebidas del local. Lo llamaré almacén. Pero en el almacén no había bebidas. Sólo había cajas de Colacao.
– Ayúdame. – Dijo el camarero.
De detrás de las cajas apareció Quicky (el conejo de Nesquik).
– Tiene una sobredósis de Colacao, tenemos que llevarle al hospital.
Salimos por la puerta de atrás del local de siempre.
Desde ese día, siempre tomo Nesquik.
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