Me atrevo a actualizar y actualizarme. Sin pretensiones.

  • Si algún día me dicen que después de más de 15 años puedo recuperar este espacio, me pinchan y no sangro.

  • Filos

    Me dan miedo las esquinas.

    De pequeño me abrí la cabeza con una. Pero no tengo miedo porque de pequeño me abriera la cabeza con una. Me abrí la cabeza porque tenía miedo. Y corría. Corría para escaparme. Pensé que la mejor idea para escapar era ir hacia ella. Así es como me abrí la cabeza.

    Madrid está llena de esquinas. Cuando voy a pasar por una me paro, pienso, miro. Soy precavido. Muchas veces me he chocado con gente. Gente que no tiene miedo a las esquinas. Van sin mirar. Se sienten seguros de sí mismos.

    Yo me choco con ellos. Les quito la seguridad. Les hago pensar en que las esquinas no son tan buenas como creen. Les hago pensar como yo. Cuando se dan la vuelta les miro. Cuando llegan a la siguiente esquina aflojan el paso. Ahora lo sienten.

    Ahora ya lo sabes.

  • Lo que la nochevieja nos hace

    Tengo frío. [trago de vino]

    Y mi familia… No sé nada de ellos. [trago de vino]

    ¡Qué vino más bueno! [trago de vino]

    Voy al parque a ver si veo a alguien. [trago de vino]

    ¿Y tú, qué miras? [trago de vino]

    Vaya parece que todos se fueron a dar una vuelta. [trago de vino]

    Y la puta policia… nunca está cuando se los necesita. [trago de vino y escondo el cartón]

    Tienen que ser las doce ya… [trago de vino]

    Vaya, queda poco vino. [abro otro cartón, trago de vino]

    Menos mal que fui a comprar antes. [trago de vino]

    Voy a cruzar la calle. [trago de vino]

    ¿Por qué me enchufas con las luces? [trago de vino]

    No me grites que no soy sordo. [trago de vino]

    Pero si es un paso de cebra, tengo el derecho de estar aquí. [trago de vino]

    Tengo sueño…

    La policía nunca está para lo que se le necesita. [me han quitado el vino]

    Sí señor agente…

    Feliz año.

  • Queridos Reyes ¿Magos?

    No quiero ni que os acerquéis a mí.

    No he sido bueno este año, y eso sólo significa que me merezco carbón. No entiendo por qué no puedo ser malo. ¿Qué problema tenéis? Los primeros en mentir sois vosotros. ¿Qué clase de magos sois? Lo único mágico que os ví hacer, de pequeño, fue sacar un olor pestilente de vuestra boca. Olor que de mayor reconocería como alcohol.

    Estuve saboreando ese olor durante años. Pensé que siempre os veía en cada esquina. Por la calle me acercaba a borrachos vagabundos a pedirle mis regalos, sentarme en su regazo y contarles lo bueno que había sido. Ésa fue vuestra magia.

    Me arrepiento. Ahora quiero que vengáis. Os estaré esperando.

  • León

    Un día iba por una sabana cualquiera dando un paseo. Vi que me acechaba un león cualquiera. Pero no era uno cualquiera. Un león cualquiera hubiera sido más sigiloso, se hubiera acercado más, y probablemente se hubiera abalanzado sobre mí para poder comer ese día. Le vi perseguirme desde lejos. Era patoso, y al andar pisaba ramas secas que hacían demasiado ruido como para cazar agusto.

    Cansado de la torpe persecución, me acerqué para dejarle las cosas claras. Sorprendido me quedé cuando le ví casi famélico y con grandes calvas en su pelo. Sus dientes estaban mellados y sin punta. Me dió pena, así que quise consolarlo.

    Al rato me contó su secreto. Quería que fuese un secreto, porque un león así podría ser atacado en cualquier momento. El león era huérfano de madre. De leona. Llevaba toda su vida comiendo hierba y frutos que caían de los pocos áboles que deja crecer el clima. No pudo aprender nada de su madre leona, y por lo tanto nadie le había enseñado a cazar. Quise quedarme, enseñarle todo lo que yo sabía.

    –  Lo siento, me tengo que ir. Pronto se hará de noche, y bien sabes que la sabana se pone más peligrosa.

    Al día siguiente, desayunando leí en un periódico local:

    «LEON APARECE MUERTO. SE SOSPECHA DE UN GRUPO POCO NUMEROSO DE HIENAS»

    La ley de la selva.

  • Un post navideño

    La navidad apesta.

  • Sueños rotos

    Seguro que conocéis al Calvo de la Lotería. Yo tenía una esfera igual. Era preciosa y la guardaba como un gran tesoro. Y no era para menos, dentro tenía todos mis sueños.

    Un día tropecé con la bola en las manos y se hizo añicos contra el suelo. Todos mis sueños, todos, sueños rotos…

    Todavía sigo sacando cristales de debajo del sofá.

  • Daniel

    – Qué mala cara tienes.

    – Es que se acaba de ir Daniel.

    – Pero no estás así porque se haya ido.

    – Tú que sabrás.

    – Lo sé, igual que tú lo sabes. Sabes que no estás así porque se haya ido.

    – Y qué quieres que haga…

    – Ya sabes lo que pienso. Cada vez que viene te cambia el humor, te hundes. Y te salen esas horribles ojeras.

    – Es que me tiene todos los días sin dormir…

    – Pero a tí no te gusta. Nunca te ha gustado eso. Además te trata mal. Y es un celoso. Sé que está celoso de mí, ¿comprendes? De MÍ.

    – Ya lo sé. Es absurdo.

    – Ya sabes lo que debes hacer. No eres feliz. Nunca lo has sido, y cada vez que lo ves te vuelves un poquito más desgraciada. Y el problema es que yo me estoy dando cuenta.

    – Pero es que son tantos años ya…

    – Hazlo por tí. Y si no, hazlo por mí.

    «Daniel e Irene quieren que vengas a su boda», es lo que ví cuando abrí el sobre. Y yo pensaba que era el enfermo.

  • Por qué me gusta el Nesquik

    Estaba tomando mi copa de siempre. La que se toma después de entrar en el local de siempre. El de todos los viernes después de salir de donde siempre. Por supuesto, la copa llevaba lo de siempre. Siempre ron, siempre con Coca-cola. No me gusta los sucedáneos de Coca-cola. Me gusta la Coca-cola de siempre, la de toda la vida. El camarero después de darme mi copa me dijo:

    – ¿Puedes venir un momento? Necesito tu ayuda.

    El camarero no era el de siempre, cosa que me empezó a disgustar, pero yo fui, porque siempre he sido un chico amable y tolerante con las ideas de los demás.

    Me llevó a la trastienda, si es que se le puede llamar así al sitio donde se guardan todas las bebidas del local. Lo llamaré almacén. Pero en el almacén no había bebidas. Sólo había cajas de Colacao.

    – Ayúdame. – Dijo el camarero.

    De detrás de las cajas apareció Quicky (el conejo de Nesquik).

    – Tiene una sobredósis de Colacao, tenemos que llevarle al hospital.

    Salimos por la puerta de atrás del local de siempre.

    Desde ese día, siempre tomo Nesquik.

  • Día uno

    – ¡Empújala!

    – Pero, si es Ana.

    – Es una traidora, se lo merece.

    – No quiero hacerla daño.

    – Ella no te quiere, no quiere saber nada de tí, sólo te utiliza

    – Cállate, tú que sabrás.

    – Yo lo sé, yo soy el único que te cuida.

    – En eso tienes razón. A ella no le va a gustar.

    Con los años, Ana lo entendió.